2 EN LAS VEGAS
Para aquellos que aún seguís buscando la respuesta a la
pregunta de dónde estamos, tranquilos, vuestro calvario ha llegado a su fin.
Estamos (redoble de tambores) en Las Vegas. Sorpresón, ¿verdad? Pues no os anticipéis,
porque tenemos un montón de historias de lo que nos ha ocurrido en nuestro
primer día.
Pero antes de empezar, poneros un poco en contexto. Lo de
que vivimos en Seattle ya lo sabéis, y probablemente la mayoría también sabéis
que en Estados Unidos, esta semana es Thanksgiving (Acción de Gracias), ya
sabéis, la excusa por la cual en España se ha importado el Black Friday (a lo
cutre) americano. Pues hemos elegido estas vacaciones para realizar un Road trip
por la costa oeste, que empezará en Las Vegas, y llegará hasta San Francisco,
pasando por algunos del top ten de los parques nacionales de esta superjoya
natural de país (pero eso es una sorpresa, que si no luego no nos leéis. Y no
queremos alcanzar mínimos histórico en el blog).
Ya sin más dilación, comienzo desde el principio. Empezamos
con una ruta directa Seattle-Las Vegas con Alaska Airlines (100% recomendable),
en la que nos impresionó bastante la llegada por la noche a la ciudad.
Imaginaos todo negrura en medio del desierto, y de repente, un inmenso mar de
luces crea un mapa espectacular, definiendo perfectamente la separación entre
la ciudad y la nada, entre la mano del hombre y la naturaleza. En este momento
también te preguntas como se puede abastecer a tan vasta metrópolis allí en
medio de la nada. Y según te acercas se dejan vislumbrar los hoteles del Strip,
los neones de colores, y ya va oliendo a lo que yo llamo superlujo hortera de
la ciudad del pecado, o para los más sensibles, la ciudad del entretenimiento.
Salimos del aeropuerto, y ya desde el principio se denota el
comportamiento laberíntico de la ciudad. Tienes diferentes caminos, todos
vallados, pero con una dirección determinada (coche de alquiler, limusina,
taxi, bus shuttle, etc) ¿Dónde coño cogemos el Uber? Ante la atenta mirada de cien
taxistas, diez vendedores de tickets bus, limusinas y coches de alquiler,
decidimos coger un autobús que por 8 pavos nos lleva directos al hotel.
Llegamos al hotel (Tuscany Suites and Casino), el cual hay que decir que ha
estado muy bien, con suites al precio de habitaciones normales, piscina, restaurante,
etc. Después salimos un ratillo y pasamos al día siguiente, que es donde está
la chicha.
Teníamos muchas ganas de probar el Peppermill, sobre todo
Reichel, que es una apasionada del pop art, y yo también, que soy un apasionado
de las megatortitas. Después de un paseo a 25 grados mañaneros hasta el
Peppermill (después de un mes insufrible de lluvias en Seattle, nos fue como
agua de Mayo), hay que esperar a que te den mesa. Media hora después te das
cuenta de que ha merecido la pena (Hablaremos de él en próximos posts). Con la tripa llena, nos dirigimos Strip abajo desde
el Peppermill pasando por todos los casinos y hoteles.
Comenzamos con el Wynn, que es uno de los hoteles más
lujosos que hay ahora mismo en Las Vegas, cuya entrada principal está llena de
tiendas de alta costura como Gucci,
Armani, Louis Vuitton, etc. Ya sabéis, cosas asequibles para todo el mundo.
Damos una vuelta por el casino y observamos que las apuestas mínimas son 15
pavos. “Para el carro”, me digo. En otros casinos habrá apuesta mínimas más
barata (Y os aseguro que la vimos también muchísimo más cara). Decidimos salir del
Wynn, que por cierto, tiene una minifuente parecida a la del Bellagio en la que
suena música durante todo el día.
Después nos dirigimos al Venetian, que es otro hotel con un
montón de tiendas asequibles, y en el cual, por un módico precio, un gondolero
de Nevada, te puede dar un viaje en góndola como si estuvieras en Venecia (Eso
es lo que venden, en realidad no es así, aunque hay que decir que impresiona
bastante la recreación). A estas alturas nos imaginábamos que todos los hoteles
tendrían casino y tiendas de lujo, y efectivamente, no nos equivocamos. Después
del Venetian, que además tiene al lado el Madame Tussauds, con figuras de cera
muy bien logradas, nos vamos para el Caesar Palace, que es otro conjunto
hotel-tiendas-casino impresionante, que recrea, entre otras cosas, la Fontana
Di Trevi, el circo romano (este no se le curraron mucho), las Cariátides, El
Laaconte (aunque aquí es “Estatua de Neptuno”, con dos cojones), etc. En el
Caesar Palace nos damos cuenta de que todo está interconectado con los demás
hoteles para que nunca salgas de la burbuja de vicio y consumo hasta que tengas
los bolsillos vacíos y seas pobre y te conviertas en un vagabundo más (Esto es
coña, pero lo de que todo está interconectado no). Vamos, que una vez dentro de
un hotel-casino, lo mejor es dejarse llevar y recorrerse todo de arriba abajo.
No decepciona. En el Caesar Palace, nos sentamos a jugar a una máquina
tragaperras, y nada más echar (y perder) el primer dólar, una señorita muy
amable nos pregunta qué queremos beber (de gratis, sí, no es ficción, en los
hoteles de Las Vegas, si juegas, bebes de gratis).
Tras esta partidilla, seguimos nuestro laberinto hasta el
siguiente hotel, el Flamingo, que es uno de los hoteles más antiguos de Las
Vegas, y es famoso por tener las aves en su interior que dan honor a su nombre
(flamencos), además de otras aves exóticas como papagayos y loros.
Después del Flamingo, nos saltamos el Bellagio y el Mirage, a los que iremos más tarde, para ir hacia el New York, New York; que es otro superhotel, que simula la ciudad de New York. Entre varios edificios gigantes, puedes ver una réplica del Empire State y de la Estatua de la Libertad, y en este punto te preguntas: ¿Ésta gente que hace con su puta vida? Pero luego piensas, “En realidad me encanta”. Y es verdad, lo mejor de Las Vegas es que te puede parecer como sea, pero tiene algo que mola mucho (Y no son los incansables acosadores que te quieren llevar de fiesta o darte cartitas porno para que visites su showgirl).
Tras pasar por la mini ciudad de New York, es hora de pasar
por el Excalibur; que recrea un castillo medieval; el Luxor, que recrea una
pirámide de Gizah y la esfinge; y el Mandalay, que aunque parezca mentira, es
un hotel normal, eso sí, con su acuario
propio. En este punto llegas al final de laberinto, y te das cuenta de que no
sabes cómo salir de allí, pues todos son máquinas, y tablas con cartas y dados,
y camareras llevando bandejas llenas de spirits, y barras con camareros
vestidos con pajarita, y pasillos: pasillos que llevan al check-in del hotel,
pasillos que llevan al parking del hotel, pasillos que llevan a tiendas, y al
acuario, y de vuelta al casino de nuevo, pero nunca fuera, y mueres….buscando
la salida, que en nuestro caso fue un parking gigante exterior prácticamente
vacío, sin aceras, y lleno de carteles de “No peatones”. Pero al final
conseguimos salir y bajar hasta el cartel de Welcome to Faboulous Las Vegas,
que estaba lleno de gente de pose infinita. Aquí conocimos a un par de chavales
Saudíes muy majos que nos echaron la foto que aquí veis.
Tras esto, fuimos de vuelta al hotel; antes pasando a por
Pollo Popeye, que es la polla; nos duchamos, y volvimos a salir para el Strip,
esta vez con la certeza de que no nos perderíamos más en el laberinto, pues nos
lo conocíamos. Así que fuimos a ver la fuente del Bellagio, en el cual un
espectáculo músico-acuático te embauca tras un ajetreado día. Tras esto, nos
fuimos a por un cocktail al Fat Tuesday y dimos una vuelta hasta la noria,
momento en el cual volvimos al hotel para descansar hasta el día siguiente, que
teníamos que madrugar para ir a…..?????? Lo dejamos en suspense, mañana sabréis
dónde.
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